viernes, 4 de mayo de 2012

SOÑADORES











































SOÑADORES

¿Quiénes sueñan este mundo?, fue la pregunta inicial para este trabajo realizado desde el año 1997; cada vez que veía una de estas personas, tirada en el suelo durmiendo a pleno sol, en un estado de sueño profundo, inmutable al espacio, al tráfico de peatones y autos; como si de pronto aquel ser hubiera  sufrido un ataque de narcolepsia.  Había visto antes en los mismos sitios a muchos de ellos despiertos y aparte de los códigos propios de la calle lo único común entre ellos, era los horarios escogidos para el sueño.

Por aquella época estudiaba en bellas artes  y asistía a clase de apreciación artística, donde nos habían  pedido como trabajo de campo que escogiéramos un personaje urbano y desde la observación siguiéramos un registro del personaje escogido; en dicha clase se desato una acalorada polémica, cuando propuse que dejáramos  la observación de lado y nos sumergiéramos aunque solo fuera por un día en la vida del personaje propuesto.  Mis compañeros protestaron, me tildaron de radical, cosa que poco me importó; así fue como organicé las cosas para  tener dicha experiencia con otros amigos artistas que no pertenecían a la institución.
Ellos eran Camilo, Andrés y Luis Carlos, los dos primeros quisieron acompañarme, no sin antes asegurarme que acatarían las condiciones que yo impusiera en el desarrollo de dicho ejercicio, por su parte Luis Carlos quedó encargado de ser la persona que nos pasaría revista la mañana siguiente, el estaría además encargado de traernos la ropa limpia para cambiarnos al final del ejercicio y si era el caso,  que quisiéramos quedarnos un día más, estaba encargado de hablar con nuestras familias.

Era sábado en la noche cuando comenzamos el ejercicio, entregamos nuestras pertenencias en varias bolsas a Luis Carlos, nos despedimos de él en el parque San Ignacio, y caminamos juntos los 3 cargados de  excitación y algo de ansiedad,  íbamos vestidos con ropas roídas, viejas y sucias; lo primero que hicimos fue ir hasta la placita de flores que queda cerca del centro de la ciudad, buscamos las canecas de basura y embadurnamos nuestros cuerpos, con los desperdicios allí arrojados,  luego fuimos a los lugares comunes, las calles plazas y parques más frecuentados por nosotros, era un inicio tímido que pretendía alimentar nuestra confianza para la noche que se avecinaba, encontramos en nuestro recorrido, algunos costales que procedimos a llenar con objetos y elementos raros encontrados en las basuras que veíamos amontonadas en las esquinas, entre los objetos que recuerdo estaba una cartuchera de balas de fusil, algunas botellas de perfumes  y una que otra baratija.

Volvimos al parque San Ignacio y como despedida decidimos sentarnos, en la banca donde siempre nos citábamos en las noches comunes, y para sorpresa de todos, nadie nos miraba, parecíamos invisibles, ni siquiera Andrés, el más popular entre las mujeres, recibía una sola mirada de alguna de ellas, preguntábamos la hora a los transeúntes y nadie respondía, pedíamos un cigarrillo y tampoco respondían; no sabemos porque pero entre nosotros había una extraña felicidad, quizá de  saber que todo era un juego, un poco rebelde, un poco infantil que terminaríamos  en el momento en que quisiéramos.  

Seguimos caminando ahora por otras calles menos frecuentadas y en una de ellas estaba mi amigo Alberto de espalda hablando en el teléfono público, quise sorprenderlo por la espalda me moví rápido,  me hice detrás de él, deje salir de mi boca una gran cantidad de baba, que mojo todo mi mentón, endurecí la voz, estire la mano y  le pedí una moneda, él no se movió, siguió hablando por teléfono, me ignoró; entonces yo agudice mi petición lo toque con mi mano sobre su espalda y casi enfurecido, le repetí que queme diera una moneda, él se giró incomodo, y me miro sorprendido, balbuceo mi nombre con un gesto triste y de nuevo dio la espalda, dejándome allí, yo me sentí infinitamente invisible, solo, de pronto salí corriendo hasta la esquina siguiente, estaba feliz sin embargo lloraba sin poder evitarlo  al mismo tiempo, había logrado entender un poco de lo que aquellos durmientes sienten, pero el precio que pagaba era la sensación de pérdida de aquel amigo, que había dado la espalda. 


Mis dos compañeros de experiencia me alcanzaron en aquella esquina y juntos decidimos ir a internarnos en los clanes y guetos de la indigencia que se reunían por aquella época en los bajos de la línea B del metro, caminamos juntos hasta llegar a la carrera Bolívar y al llegar vimos varias decenas de indigentes reunidos alrededor de improvisadas fogatas, había mucho movimiento entre ellos, algunos truequeaban objetos por cigarrillos, otros conversaban, muchos nos miraban, nosotros tres caminábamos tratando de igualar sus movimientos, en ese momento un niño se nos acercó a pedirnos una moneda, nosotros respondimos agresivos a la petición, pero entendimos que habíamos sido descubiertos por aquel niño, al mismo tiempo se levantó un hombre de unos 30 años con un puñal en la mano, paso entre nosotros, nos miró fijamente y atravesó la calle hasta plantarse en la acera y le dijo a otro sujeto que estaba sentado en la acera que se parara que lo iba abrir a puñaladas; nos miramos los tres llenos de pánico y con la idea de salir de allí corrió como pólvora, aumentamos el paso al ritmo de los gritos de dolor que dejábamos atrás; corrimos y corrimos hasta llegar a la Av. del Ferrocarril en donde los autos pasaban normalmente. Luego allí tomamos un poco de aire, y seguimos caminando rodeando la zona céntrica. Llegamos hasta la zona de tolerancia en donde además de varios bares habían algunas chicas dedicadas a la prostitución y uno que otro carrito de carne asada, arepa y chocolate  caliente; fue allí donde Camilo me miró riéndose y me dijo: 
- Hugo vos me vas a matar, yo sé que no debíamos traer nada de plata, pero yo traje algo de dinero por si acaso lo necesitábamos, y mientras decía esto miraba tentadoramente las arepas que se asaban a la brasa en el carrito más cercano, envueltos en el humo del carbón y olor de la carne adobada, Andrés también me miró sonriente y cómplice con Camilo, a lo que yo dije que hiciéramos de cuenta que de alguna manera durante el día ese dinero nos lo ganamos, no era mucho, lo suficiente para 3 arepas calientes con mantequilla y un vaso desechable de chocolate espumoso; y mientras comíamos tirados en el suelo, la prostituta que estaba al lado hablando con la señora que atendía en el carrito, le contaba a ella sus amoríos con un taxista conocido de ambas, sus palabras nombraban el más puro, sincero y desinteresado amor; que hasta entonces hubiéramos escuchado en boca de algún mujer, era extrañamente conmovedor, gracias a nuestra invisibilidad pudimos escuchar toda la charla y hasta creímos poder  entenderla.

Luego empezamos a buscar la zona residencial del centro arriba de la Av. Oriental, por ser la zona más tranquila que concebíamos para ir a pasar lo que quedaba de la noche, pero antes de llegar a esta zona tuvimos el último tropiezo, faltan dos calles para llegar a la Av., cuando de pronto un grupo de aproximadamente diez motociclistas  se nos vinieron encima en contravía, nos sentimos amenazados y nuevamente corrimos a la par  como seres perseguidos por una causa que aún no entendíamos, corrimos durante más de 10 minutos, hasta que nos sentimos a salvo 3 cuadras más arriba de la Av. Oriental en el barrio Boston.

Buscamos la calle más tranquila que encontramos, estaba custodiada por un viejo celador, nos dio mucha risa al saber  que a pesar de la huida aun conservábamos, todos los costales, cartones y objetos recolectados durante la noche, con todos ellos improvisamos unos cambuches para descansar, una vez todo listo nos tiramos cada uno en el suyo tratando de dormir un poco, pero fue imposible, pues una lluvia menuda comenzó a empaparnos las ropas, los cuerpos  y para colmo las cucarachas que salían de la alcantarilla trataban de colarse por los orificios de las orejas y nariz; era desesperante aquella sensación, además cada vez que escuchábamos pasos o algún auto cerca  nos despertábamos exaltados, fue así como el entendimiento de aquel ejercicio estuvo completo.

"Ahora sabíamos por qué los durmientes viajan de noche

y duermen a pierna suelta a medio día".

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