Séptimo día
Prendo la veladora roja como vengo haciéndolo desde hace
seis días; abro la llave y lleno el faltante del vaso con agua. Me arrodillo y toco el vidrio del cuadrito
rojo, amarillo, carne, anima sola, solita, rondada de fuego y encadenada; y su cara
de anima sola, de anima muda se parece a la mía. Entonces tomo la foto tuya que recorte de un
viejo carné de la biblioteca pública y la chuzo una y mil veces con alfiler en
la sien para que me pienses, una y mil
veces con alfiler en los ojos para que me veas,
una y mil veces con alfiler en la boca para que me nombres,
una y mil veces con alfiler en donde empiezan tus brazos y termina la foto para
que me abrases, una y mil veces con alfiler en tu pecho para que me sientas; y
te invoco una y mil veces, anima sola, solita, sin mí, rodeada de juegos y
desencadenada. Y me pienso en tu mente
con los ojos cerrados, con la boca entreabierta, con los brazos abiertos, y un
alfiler clavado entre la blusa roja y mi seno pálido. Es que yo ya no sé, si ha de servir esta
vieja receta que me dio Clarisa, solo sé que desde hace seis días. Prendo la veladora roja, abro la llave, lleno
el faltante del vaso con agua, me arrodillo, toco el vidrio del cuadrito rojo y
de otros colores, chuzo tu foto una y mil veces y entonces te nombro, y
entonces te rezo.
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